Colombia es un país de pueblos violentados, de gente muerta. Quienes logran escapar al horror del asesinato son seres valiosos, pero tremendamente asustados. Uno de los policías sobrevivientes a la última masacre cometida por las FARC, en Tierradentro, sur de Córdoba, le contó a "El Tiempo" cómo fue ese momento.
Las balas suenan secas, casi a quemarropa. Jaider David Hoyos Benítez, de 25 años, empotrado en una zanja a orillas de la carretera,imagina que a sus compañeros los están rematando con tiros de gracia.
El fusil quedó debajo de su cuerpo cuando se lanzó rápidamente del camión impactado por un cilindro-bomba, emboscado por las FARC. Está indefenso. Teme moverse. Teme que vengan por él.
Cierra los ojos fuertemente y piensa en su hija de 2 años, Jadis.Suena el celular. Es la voz de su esposa Karina Paola Suserquia: –Amor –él la interrumpe–, pide ayuda, nos están atacando.
Silencia el móvil.
–¿Lo habrán escuchado? –piensa.
Suda frío.
–¿Me llegó la hora? –teme.
Entra un mensaje de texto de un amigo policía que todas las mañanas, desde que se conocen, le desea buenos días. Eran las 7:40 am.
Le responde a toda prisa: –Manden por nosotros, nos están masacrando.
Sigilosamente comienza a rodarse entre la maleza. Vuelve a escuchar tiros.
–¿Esta vez serán los últimos? –piensa.
Tiene pánico. Se atrinchera en el rastrojo.
VEINTE AÑOS DE TERROR
El silencio absoluto se apodera del paraje rural de Tierradentro, entre los municipios de Puerto Libertador y Montelíbano, donde el escuadrón del Emcar de la Policía, del que formaba parte, fue emboscado el 16 de setiembre. Él es uno de los policías sobrevivientes de la masacre de siete agentes perpetrada por las FARC, bajo el mando de alias Joverman Sánchez, 'Manteco', el comandante del frente 58 que ha sido el terror del Alto San Jorge (Córdoba) desde hace por lo menos 20 años, y hoy más que nunca lo sigue siendo. Se dice que la guerrilla perpetró el hecho en alianza con el 'clan Úsuga’.
El reloj de arena entierra las esperanzas de Jaider David.
Imagina la sonrisa de su madre, quien ha sufrido varios ataques al corazón. El recuerdo lo sobrecoge.
Escucha en su mente la voz de su padre, un conductor de volquetes para el transporte de materiales, indicándole que debía ser un buen hombre.
–¡Mis compañeros, mis compañeros! ¿Qué les habrá pasado? ¿Los mataron a todos? –piensa. Está aturdido.
Minutos antes de la emboscada el escuadrón de la policía había revisado el área. Sabía que recorría la zona roja donde históricamente han dominado las FARC, antes y después de los paramilitares; antes y ahora con las bandas criminales. El territorio estaba limpio. La misión era escoltar a los agentes que debían salir al merecido descanso. –Hacíamos chistes negros sobre Tierradentro, un sitio bien adentro─ cuenta Jaider David.
Él iba en el camión con otros policías. Tres caminaban. Todo estaba muy tranquilo, la atmósfera limpia de las faldas del Paramillo permitía respirar un aire puro. Un hilillo de agua bajaba entre la espesa vegetación que colgaba de las montañas. De repente, un cilindro-bomba impactó el camión y lo que siguió fue la masacre.
El agente de policía sigue en la cuneta que le sirve de trinchera.
Jaider David está incómodo. El atrincheramiento comienza a cansarlo. Los bichos le están volviendo miseria la poca piel que no cubre el uniforme verde oliva: el rostro y los brazos.
Escucha un helicóptero. Se da cuenta de que ha transcurrido una hora desde el ataque, entonces se aferra a la vida.
–¿Seré el único?– piensa. Había visto caer de espaldas a su compañero Carlos Benítez. Fue al último policía que vio y no tenía la certeza de si seguía respirando.
De ahí en adelante todo sucede demasiado rápido. La unidad de apoyo corre entre el monte. El sonido de la hélice del helicóptero apacigua la pesadilla que acaba de vivir. Su mente en blanco le juega una mala pasada.
–Mataron a mis compañeros. Yo también estoy muerto─ piensa.
En su casa del barrio El Dorado, en la margen izquierda del río Sinú en Montería, ya es consciente de que está vivo. En Tierradentro, alto San Jorge, estuvo muerto.
–Tuve la oportunidad de volver a respirar porque fui al único al que no lo alcanzó un proyectil─ dice Jaider Hoyos Benítez.
QUERÍA SER FUTBOLISTA
Jaider David le ganó esta vez a la muerte. Nunca quiso ser policía. Cuando estudiaba en el colegio de La Ribera, de Montería, quería ser futbolista. Más grande, al graduarse de bachiller, quería ir a la universidad, pero la desesperanza olía a pobreza. Sus padres no tenían trabajo fijo y sus hermanos reclamaban un modelo a seguir.
En su minúscula casa apenas si hay espacio para soñar. Sin embargo, la esperanza se mueve con soltura vestida de niña. Allí están sus cuadros hechos en la técnica de pintura country. Su empleador, Luis Arturo Gómez, santandereano, lo recuerda como un adolescente juicioso, entregado, creativo y silencioso. Estuvo en su taller un par de años y comenzó a aprender la técnica a los 14.
El policía con sueños de futbolista y de pintor, de niño coleccionó afiches de Cristiano Ronaldo. Se soñaba con ser delantero como ningún otro, inspirado en el pase de la pelota y en la gritería de la hinchada. –Pero no había más remedio. Hacerse agente era una opción real de tener trabajo y de velar por la familia─ dice. Y eso fue justamente lo que hizo.
Se matriculó en la Escuela de Barranquilla, aunque para hacerlo tuvo que endedudarse con un banco. Luego vendría la maratón por varios departamentos del país. Ha estado en Bolívar, Tolima, Atlántico, Nariño, Cundinamarca. Lo que más le ha gustado ha sido el trabajo comunitario. –Creo que tengo sensibilidad y madera para eso─ reflexiona. Y a ese trabajo quisiera volver.
–Ahora que usted me pone a hablar, me acuerdo del capitán Méndez Pabón, alguien a quien conocí en Nariño y le aprendí todo lo que sé de la Policía─ menciona.
El capitán desapareció, él no quiere terminar igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario