martes, 21 de octubre de 2014

Iguala: ciudad mexicana que se ha convertido en tierra de cadáveres

Un hombre con la camisa empapada de sudor cava un hoyo entre unos matorrales. Otro que observa la escena, con casco y chaleco fluorescente, cree haber visto algo: "Eh, para. Un momento". Agarra un hueso, lo posa en una piedra y explica a los que están arremolinados en torno al agujero: "Esta persona tuvo que ser asesinada hace dos o tres años. Lo trocearon con un machete. Pueden ustedes observar el corte limpio".
Los cerros que rodean la ciudad de Iguala, donde desaparecieron 43 estudiantes mexicanos hace tres semanas, están sembrados de cadáveres anónimos.
Estos hombres de manos ásperas, provistos de picos, palas y machetes, son los policías comunitarios de Guerrero. Campesinos, obreros, granjeros, gente humilde en general levantada en armas por los nexos entre las autoridades de los pueblos de alrededor y el narcotráfico. 
Esta tarde calurosa en la que apenas corre el aire lucen, vestidos con sandalias y sombreros, como un remanente del ejército de Pancho Villa. Hace un rato subían al monte en camionetas y los vecinos los jaleaban por el áspero camino: "¡Encuentren a esos muchachos, carajo!".
Respaldo comunitario
Los comunitarios se han unido a la búsqueda de los estudiantes y en su rastreo por las montañas se han topado con una verdad enterrada hasta ahora. Donde estamos, una zona semiselvática, ha sido durante años un patíbulo al que los sicarios del cartel local, los Guerreros Unidos, arrastraban a sus víctimas. 
"Los obligaban a cavar su propia tumba. Imagínese usted aquí en medio de la oscuridad sabiendo que se lo van echar. Se me pone la piel chinita de pensarlo", explica Miguel Ángel Jiménez, el hombre a cargo de la expedición.
Tomás Pineda, un instructor de maquinaria pesada está a punto de acordonar una fosa tras toparse con un resto que cree humano. 
Aún no los encuentran
El paradero de los jóvenes de Ayotzinapa, una escuela de formación de profesores rurales, es un misterio. La principal hipótesis es que la policía municipal de Iguala detuvo a los 43 estudiantes tras de una refriega en la que murieron seis personas la noche del 26 de setiembre. 
En comisaría los muchachos fueron entregados a sicarios, quienes los ejecutaron y enterraron. Las autoridades han encontrado 10 fosas con cuerpos pero los análisis de ADN descartan que sean de los estudiantes. Los comunitarios, por su lado, han encontrado nueve fosas más que no han sido analizadas.
En junio, cerca de aquí encontraron 17 cuerpos. Nadie los identificó y semanas después fueron a parar a una fosa común. Ese es el probable destino de los cadáveres que van encontrando a su paso los comunitarios.
Tras excavar cinco hoyos esta tarde, Jiménez llama por teléfono a un contacto de la policía estatal de Guerrero para informarle de lo hallado. Un comandante se presenta a los 15 minutos. Su camisa abierta deja ver un crucifijo colgado del pecho.
Le acompañan tres hombres armados con fusiles. Los policías merodean por los agujeros sin rumbo fijo. El comandante zanja el asunto con una frase enigmática: "Ahorita nos ocupamos".
Padres hacen caravana de rezo rumbo a la basílica de Guadalupe

El grito de "vivos se los llevaron, vivos los queremos" retumbó el domingo en la bóveda de la basílica de Guadalupe. Eran los padres de los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos irrumpiendo en el templo pese a la negativa de las autoridades religiosas a dedicarles una misa de consuelo.
 "Hemos venido para que la virgen nos haga el milagro  y los muchachos aparezcan", dijo Clemente Rodríguez Moreno, padre de uno de los jóvenes desaparecidos desde el 26 de setiembre pasado, cuando fueron atacados por policías e integrantes del crimen organizado.
La caravana de familiares y estudiantes de la escuela normalista de Ayotzinapa, llegó bajo una persistente lluvia y clima frío.

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